Inconvenientes de la apicultura urbana

Producción de polen en América Latina
12 marzo, 2021
Abejas Apis Cerana usan heces de animales como defensa a depredadores
26 marzo, 2021

Inconvenientes de la apicultura urbana

La presencia de apicultores y colmenas en la ciudad pueden suponer un molestia para el resto de los ciudadanos. La contaminación también puede ser perjudicial para las abejas y sus productos.

La apicultura urbana ha entrado en nuestros hogares a través de los medios de comunicación.

Tanto la televisión como Internet nos han dado a conocer imágenes de apicultores ataviados con bañador y camiseta de manga corta extrayendo panales de miel de sus colmenas ubicadas en la azotea de sus edificios, manejando insectos que por sus movimientos y falta de comportamiento defensivo más que abejas más bien parecían moscas.

Esto tiene poco que ver con la realidad que puede vivirse en nuestro país, con una raza de abeja, Apis mellifera iberiensis, con un marcado comportamiento defensivo.

No me gusta utilizar el término “agresividad” con las abejas, pues creo que esta palabra hace referencia, en el contexto del comportamiento humano, a quienes son propensos a faltar el respeto, a ofender o a provocar a los demás.

Y las abejas, no hacen esto, tan sólo responden a estímulos, esto es el comportamiento defensivo. Si no reciben ese estímulo, no se defienden, no pican.

Las abejas no son animales agresivos, simplemente manifiestan a veces lo que se conoce en los insectos sociales como comportamiento defensivo: no agreden, en el sentido humano del término, sólo responden a estímulos.

Estos estímulos pueden ser variados, y todos relacionados con la violación de su espacio o de la distancia de seguridad que debe mantenerse respecto a ellas, como por ejemplo puede ser el hecho de abrir y manipular una colmena.

He convivido en paz con muchos enjambres ubicados a escasos metros de una vivienda de uso habitual y continuado en épocas veraniegas, a veces ubicados en colmenas en las que entra- ron de forma natural o en cajoneras de persianas en las ventanas de la propia casa.

Nunca fueron estimulados, no fueron manipulados, y no hubo nunca respuesta por parte de ellas.

Pero la apicultura implica manejo, estímulo del comportamiento defensivo de las abejas, y eso puede causar problemas a quienes conviven en cercanía con las colmenas manipuladas, sea en ese preciso momento o incluso horas o días posteriores.

Por mucho que nos pese, y por muy apicultores y enamorados de las abejas que seamos, hemos de reconocer que nuestra actividad puede resultar “molesta” y “peligrosa” para otras personas si la desarrollamos en su proximidad.

Molesta, porque hay muchas personas que temen a las abejas, sienten verdadero terror; me he encontrado con muchas en mi vida. El sólo hecho de ver cerca una abeja (ni que decir ya una colmena) les provoca desazón e intranquilidad.

Las abejas pueden resultar extremadamente molestas si acuden a piscinas públicas o privadas en épocas veraniegas en busca de agua, a un grifo que gotea en una terraza o a un plato que sostiene una maceta que acaba de ser regada.

La salida de enjambres, o las abejas “husmeando” por las ventanas de la cocina atraídas por el olor de un delicioso postre que alguien prepara en la tranquilidad de su hogar también son causa de incomodidad a veces.

Las abejas, nos guste o no, pueden no sólo ser una simple molestia, sino un peligro para ciertas personas, como pueden ser niños o personas alérgicas, alergias de las que no están exentos hijos/as o familiares de apicultores, que han debido acudir a tratamientos de desensibilización ante su mayor “peligro” de exposición.

Estas molestias y peligros aumentan si las colmenas, además, son manejadas por apicultores nuevos o inexpertos, algo que ocurre con frecuencia en la apicultura urbana, que no conocen a veces los principios más básicos para garantizar la seguridad de quienes les rodean.

Contaminación de los productos de la colmena


Volvamos a la ciudad de Londres. Aunque podría ser cualquiera, Madrid, Sevilla, Barcelona…

Pero quedémonos en Londres, una de las mecas y cuna de la apicultura urbana en el mundo. Londres es una de las ciudades con mayor índice de polución y contaminación ambiental del mundo, contaminación que llegó a preocupar, y mucho, de cara a la celebración de los Juegos Olímpicos de 2012.

Esta polución no “vuela” y ya está, no queda simplemente ahí, en el aire, sino que se deposita en forma de partículas y contaminantes incluso en los edificios.

De igual forma se deposita sobre los árboles y plantas de la urbe, así como sus secreciones, a partir de las cuales las abejas elaborarán el propóleo con el cuál fortalecerán sus panales y desinfectarán su colonia.

 

         Partículas de metales pesados en el polen

Se depositará también sobre las flores, especialmente el polen, con el cual alimentarán posteriormente a sus larvas, que además será recogido por el apicultor o que acabará en la miel de consumo humano como un componente natural más de la misma.

Esta adhesión de partículas de metales pesados a los granos de polen de las plantas es una realidad que ha provocado un recrudecimiento de las alergias en el entorno urbano, convirtiendo a este polen en más alérgico debido a modificaciones que provoca en algunos de sus componentes y que participan en el desencadenamiento de las reacciones alérgicas y el asma.

¿Es seguro consumir miel urbana?


Pero tratando de poner algo en claro sobre si estos contaminantes pudieran pasar a la miel, M.N. Rasheda y sus colaboradores, en el año 2009, llevaron a cabo un estudio tratando de arrojar algo de luz a la cuestión.

Para ello estudiaron la concentración de metales pesados y otros compuestos (Cu, Pb, Co, Cd, Cr, Cu, Fe, Mn, Ni, Zn) en la miel obtenida en determinadas zonas de Egipto con altos índices de contaminación y en la cosechada en zonas con bajos niveles de polución, estudiando también los niveles de estos compuestos.

Sus hallazgos fueron que las plantas y mieles de zonas con alta contaminación tenían unos niveles mayores que los hallados en las plantas y mieles de zonas sin polución.

Los niveles en plantas fueron menores que los encontrados en mieles, existiendo una correlación que permitía concluir que la miel podría ser un buen indicador de la contaminación ambiental (y esto incluye la que procede del aire y el suelo).

No obstante, los niveles encontrados se hallaban dentro de los parámetros permitidos para consumo humano, pero demostraba que a mayor contaminación del entorno, mayor presencia de compuestos contaminantes en la miel.

Un estudio más reciente, realizado en el área metropolitana de Belgrado, ha concluido que la miel urbana de esa zona cumple con los requisitos para ser considerada apta y segura para el consumo humano, a pesar de la cantidad de contaminantes que encontraron en ella durante su investigación.

Precios elevados


A pesar de este contexto, y en este entorno, la miel de Londres se ha convertido en un reclamo altamente cotizado y busado. Es posible encontrar hoy en la ciudad un gran número de marcas y ofertas de LondonHoney, a precios que alcanzan las 12,95 libras por 227 gramos (LondonHoneyCo, Picadilly).

Desde luego no seré yo el que pague por productos apícolas de esta ciudad, no responden a lo que como consumidor espero para un producto de las abejas, exponente máximo de pureza y riqueza natural y que debe ser producido en un ambiente ecológicamente prístino y limpio que no se corresponde con el del entorno urbano.

Al menos esa es mi apreciación, que por supuesto puede ser diferente a la de otros.

 

 

Efectos adversos de la contaminación sobre las abejas


Resulta curioso que durante estos últimos años hemos sido inundados con innumerables trabajos sobre la contaminación de las abejas y sus productos con agrotóxicos en distintos entornos naturales y agrarios.

Sin embargo, pocos son los trabajos en este sentido sobre la contaminación que puede producirse en un entorno urbano.

La mayoría de ellos provienen de estudios relacionados con el uso de las abejas como bioindicadores de la polución y contaminación ambiental en la ciudad y otros entornos, pero orientados a la protección de la salud pública de los ciudadanos, pero no de cómo pueden afectar a las abejas y a la calidad de sus productos.

Algunos de los estudios señalados con anterioridad han mostrado la presencia de gran cantidad de contaminantes sobre el cuerpo de las abejas.

Estas parecen actuar como filtros que evitan que dichos contaminantes pasen a la miel.

Pero, ¿cómo pueden afectarles a ellas todos esos metales pesados y contaminantes ambientales encontrados sobre su cuerpo?

¿Cómo puede afectar a las larvas el hecho de alimentarlas con polen cargado de metales pesados? Todavía sabemos poco sobre estos aspectos de la contaminación sobre las abejas.

Últimos estudios


Uno de los últimos estudios llevados a cabo en esta línea se ha realizado en la Universidad de Southampton (Reino Unido).

El Dr. Tracey Newman ha concluido que las emanaciones de combustibles diesel pueden alterar la capacidad de las abejas para reconocer y encontrar las flores de las que se alimentan, alterando sus capacidades y patrones alimenticios.

Esto es debido al ácido nítrico existente en estos gases procedentes de combustiones de motores diesel, que altera el patrón de componentes químicos olorosos que emiten las flores y que sirven como atrayentes para las abejas.

 

Conclusión


Después de sopesar y valorar los pros y los contras de tener abejas en la ciudad, en el tejado de mi edificio, he decidido que no lo haré. Para mí pesan más los inconvenientes que las ventajas.

Reconozco que, como dice la canción, “tengo el corazón partío”, y es que de verdad disfruto con la presencia constante de las abejas en mi vida, y la experiencia de tener las colmenas a la puerta de casa me ha permitido observarlas con regularidad a lo largo de todo el año, disfrutando de verdad con ello, a pesar de no manipular las colmenas.

Pero de momento me conformaré con observar a esas otras abejas que existen en mi pequeña ciudad, que también son urbanas pero no pertenecen a ningún apicultor, verdaderas clandestinas en la ciudad que habitan huecos de paredes tejados y campanarios de iglesias, auténticas “sin papeles” de la población apícola.

Ellas, al menos, me siguen alegrando la vista en los parques y jardines a diario, y contribuyen a que no pare el milagro de la polinización en la urbe.

Con sus zumbidos y enjambres ocasionales hacen que, a pesar de no tener colmenas en la ciudad, no las pierda de vista y siempre me recuerden y hagan sentir que soy apicultor.

Fuente: desdelapiquera.com