«En la apicultura lo primero que hay que tener es mucha constancia»

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«En la apicultura lo primero que hay que tener es mucha constancia»

 

Conversamos con Rubén Schimpf de «Colmenares Las Chilcas» quien nos hace un recorrido de su vida en la apicultura, el cual comienza 40 años atrás en un taller mecánico y hoy lo encuentra con más de 5.000 colmenas y apostando día a día a la apicultura argentina.

La historia de la apicultura argentina se ha formado y se seguirá formando de la misma manera que hasta ahora. Es la historia de numerosas familias, de las cuales muchas se transformaron en empresas familiares, y es la historia de cada uno de nuestros productores. Con nosotros, con Infomiel.com, don Rubén Federico Schimpf. Buen día, Rubén.

Buen día, Federico, ¿cómo estás?

Bien. A partir de ahora, lo llamaré Rubencho, porque así lo conocemos todos. Rubencho, ¿cuántos años hace que estás en la apicultura? También me gustaría saber qué te decidió a iniciarte en esta actividad, cómo fue la idea de tener colmenas y por qué un día dijiste “voy a ser solamente productor apícola”.

Estimo que hace treinta y seis años (tendría que sacar bien la cuenta) que trabajo en este ramo. Mi profesión original era mecánico de autos. Tuve un taller importante y llegué a emplear hasta ocho personas, pero me daba vueltas en la cabeza el bichito de la abeja. El tema mecánico empezó a desmejorar, aparte de que habían surgido tecnologías nuevas, y había que decidir hacer cursos especiales para estar a la altura de los cambios tecnológicos. Sin embargo, me interesaba sobremanera la abeja.

La misma mecánica te dio los primeros núcleos.

Exactamente. Un señor muy amigo mío, que sabía mucho sobre abejas, tenía un negocio paralelo a la apicultura, con el que le fue muy mal. Y me dijo lo siguiente: “Mirá, me tengo que inclinar por la abeja, pero mi camioneta tiene problemas mecánicos, y necesitaría arreglarla. Pero yo quiero pagarte”. Entonces le respondí: “Hagamos lo siguiente. Pagame con núcleos; dame quince o veinte núcleos y yo te hago el arreglo. Lo demás lo vemos después” porque había que darle una mano. Tal es así que empecé con veinte núcleos, de a poquito. Tengo muchas anécdotas porque en mi casa no estaban muy de acuerdo con las abejas.

Seamos sinceros; tu señora, Aurelia, no estaba nada de acuerdo.

Completamente. Diste en el clavo. No quería saber nada con las abejas. De hecho, si aparecía una abeja en mi casa, la destruíamos. Pero, al final, se dio vuelta todo, y ella se transformó en mi mejor empleada. La macana es que nunca le he pagado hasta el día de hoy.

Contemos cómo era en ese momento la situación de la familia: vos, Aurelia, y, en ese momento, ¿cuántos hijos tenían?

Ya teníamos seis chicos. Fue exactamente en 1982 cuando me decidí por este negocio. Cuando tuve cierto número de abejas y saqué las cuentas, decidí cerrar el taller. Se lo comuniqué a mi señora, que me respondió preocupada que no íbamos a poder pagar las cuentas. Yo tenía grandes esperanzas depositadas en las abejas, y ese era un buen momento para la apicultura. La convencí con mucho esfuerzo y, finalmente, cerré el taller y llevé a cabo mi proyecto. Fueron años duros; muchas veces hubo marchas hacia atrás, hacia adelante. Y seguí hasta que un día llegué a la conclusión de que había que tener un buen número de abejas. Decidí ir a Tucumán para multiplicar. Fui ocho años consecutivos a Tucumán para empezar núcleos, y todos los años hacía un poquito más. En un momento, en el lugar donde yo tenía las colmenas fijas, empezaron a sembrar colza en todos los campos, y yo comprobé que, teniendo las abejas fijas en la colza, casi hacía el mismo trabajo que si fuera a Tucumán.

Vamos a mencionar el lugar donde siempre has vivido, donde tenías tu taller y empezaste con tu actividad de apicultor tiempo después. Ese sitio es Urdinarrain, en Entre Ríos, que queda a gran distancia de Tucumán. La colza fue la razón por la que decidiste dejar de viajar. 

 Concretamente sí, porque pasé ocho años viajando, lejos de la familia. Incluso, a veces, hacía los núcleos en Tucumán y bajaba a Catamarca, y, si no era Catamarca, era Santa Fe. Una vez probamos suerte en Córdoba. Todos eran riesgos. También debo decir que mi mano derecha fue mi único hijo varón, que me apoyó en todo y con el que hoy tenemos la sociedad. Por tanto, cuando empezó la colza, me retiré de la trashumancia. 

El día que decidiste cerrar definitivamente el taller tenías seis hijos, y Aurelia te dijo “están en la escuela”. De esos seis hijos, Javier te ha acompañado hasta hoy en la apicultura. Tus cinco hijas mujeres son profesionales.

Así es. Todas mis hijas estudiaron, y todo se lo debo a la abeja.

Al principio, dijiste que la primera persona que estuvo en contra fue tu mejor “empleada”; en realidad, tu mejor colaboradora —tu esposa, Aurelia—. Ella es quien está a cargo de la sala de extracción.

 Exactamente. Este año es la primera vez que la obligamos a que se retire de la sala, pero, durante toda la extracción de miel a lo largo de este tiempo, siempre fue ella la jefa de la sala de extracción. Primero, con máquinas chicas; después, con máquinas más modernas, pero ella siempre estuvo al frente de todo.

Además de que tus cinco hijas mujeres se recibieran de diferentes profesiones universitarias y de que tu hijo, Javier, haya decidido acompañarte hasta el día de hoy y ser tu ladero, ¿qué más te dio la apicultura?

 Bueno, me dio todo. Con el taller mecánico, nunca soñé tener ni la cuarta parte de lo que tengo o poder viajar y darme el lujo de ir a las Apimondia mundiales, Eso, para mí, era algo inalcanzable. 

Me imagino que, además de los bellos recuerdos, seguramente ha habido traspiés.

Sí, positivamente sí. Lo mandaba a Javier a Buenos Aires con un camioncito viejo, en el que llevaba miel y, a la vuelta, cargaba mercadería. En uno de esos viajes de transporte de miel, lo agarraron unos “chorros” a la vuelta y le quitaron el camión cargado de mercadería en una situación muy difícil. Y el importe de la venta de miel iba arriba del camión. En esa ocasión, se perdió un camión donde había miel de apicultores. Otras veces, se perdieron colmenas. Todo el mundo sabe que no siempre dos más dos son cuatro.

Es verdad. Quisiera puntualizar, además, el tema de la trazabilidad, que es una realidad desde hace varios años. Obviamente, Colmenares Las Chilcas, Rubén Schimpf y Javier Schimpf tienen todos sus datos como corresponde. ¿Es muy difícil?

Me preguntás sobre algo de lo que no estoy a cargo, pero mi hijo y mi hija más chica, que es contadora y trabaja con nosotros en la oficina, son los responsables, y, aparentemente, va todo bien.

Has llegado a una cantidad X de colmenas. ¿Qué futuro le ves a la apicultura y a tu empresa en particular?

Precisamente, hoy no es el mejor momento, pero en la apicultura lo primero que hay que tener es mucha constancia. Te cuento una anécdota. Un día, mi hijo me sugirió empezar otra actividad y no seguir con las abejas. Le respondí que podíamos hacer otras cositas paralelas, pero que, en cualquier emprendimiento, lo primero es la constancia. Y creo que hoy está agradecido.

Buena anécdota. Finalmente, quisiera dedicarle el párrafo final a tu viaje a Chile. Dos de tus más cercanos colaboradores, José Olea y Jorge Gómez, han viajado con vos. ¿Por qué y para qué?

En la apicultura, hasta el día de hoy estoy aprendiendo, con cuarenta y pico de años en la actividad. Les quería mostrar algo a ellos, que vean y que aprendan. Ellos son jóvenes y están manejando, en la práctica, nuestras colmenas. Si se puede mejorar algo en Colmenares Las Chilcas, vamos a hacerlo.

 Rubencho, quiero agradecerte este reportaje para Infomiel.com. Seguramente, será el primero de varios. De verdad, muchas gracias. 

Gracias a vos, Federico, y ojalá que podamos hacer algunos viajes más juntos.

Seguro que sí.