«Entrevista a Anselmo Martz, un referente de la apicultura argentina»

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«Entrevista a Anselmo Martz, un referente de la apicultura argentina»

Anselmo Martz, productor apícola desde hace cuarenta y tres años y uno de los pioneros en la Argentina en el tema trazabilidad, accedió a hablar con Infomiel respecto de su trayectoria y de la situación actual de la apicultura en la Argentina.

Hoy estamos hablando con un amigo de muchos años.
Seguramente, muchos de los seguidores de Infomiel lo conocen. Quizás, otros, no. Se trata, nada más y nada menos, que de Anselmo Martz. Anselmo, muy buenas tardes. Gracias por este reportaje.

Buenas tardes. Con mucho gusto, voy a responder tus preguntas para brindar la información a la que tan bien nos tienen acostumbrados.

Anselmo, voy hacer referencia a lo que será el final de este reportaje. Hace muy pocos días, en las Bienales de Apicultura, te dieron un reconocimiento por tus cuarenta y tres años de trabajo en la apicultura. Por lo tanto, las primeras preguntas son las siguientes: ¿Cómo empezaste? ¿Por qué empezaste? ¿Y dónde has estado siempre como base en la apicultura?

Bueno, yo nací acá, desde donde te estoy hablando en este momento: en Teniente Origone, a setenta kilómetros de Bahía Blanca y a setecientos cincuenta kilómetros de Buenos Aires, bien al sur de la provincia de Buenos Aires, en la Argentina. Yo era único hijo, y teníamos una explotación pequeña. Ya a los diez años, manejaba un viejo tractor con mi mamá, que solamente paraba el tractor si me pasaba algo. Mi papá me necesitaba, y la escuela secundaria estaba en Bahía Blanca. Quedaba lejos, y no había tanto
dinero, por lo tanto, no me pudieron mandar a estudiar, y yo quería ser docente de escuela. Eso, por un lado. Y, por otro lado, me casé bastante joven, a los veintidós o veintitrés años. En 1975, cuando nació mi hija, la chacra y el campo que teníamos se empezaron a achicar. Entonces, teníamos que hacer algo; en ese momento, yo tenía tres opciones: o fabricar bloques de cemento o criar cerdos o abejas, pero yo ni siquiera sabía para qué servía el zángano. Gracias a Dios, la vida me acercó a un familiar, que ya no está, pero que me enseñó muchísimo, que era don Francisco (un primo), otrora reconocido por sus comentarios, sus trabajos y su especialización en ese tema, que, para la época, no era poco. Y ahí comencé a escuchar, a tratar de estar en todas las capacitaciones: en definitiva, a capacitarme porque es la base de todo. Así empecé trabajando muchas semanas gratis, pero salía ganando porque me regalaban núcleos y cera. Comencé con cinco colmenas, como creo que les corresponde a todos: empezar con poco. Es mejor empezar con cinco, y se puede llegar a cien fácilmente, y uno siempre es cons-
ciente de que comenzó con cinco. Siempre prestaba atención y preguntaba. Me acuerdo de que no había teléfono en esa época y, por supuesto, no había Internet. Llevaba un papel y, como siempre fui muy curioso —lo sigo siendo—, me anotaba las preguntas y llevaba hasta catorce preguntas anotadas para hacerle a este familiar. A veces, le hacía una pregunta, y me contestaba las catorce juntas porque sabía lo que necesitaba. Yo no sabía para que servía el zángano; empecé de cero. Nunca me había picado una abeja.

Antes de que sigamos avanzando, hablaste de Teniente Origone. Para quienes conocemos ese lugar y tenemos la dicha de conocer tu casa y tu familia, sabemos que era un pueblo muy pequeño, y lo sigue siendo. Me gustaría que le comentes a Infomiel lo que es Teniente Origone.

Bueno, hoy Origone tiene ciento cuarenta habitantes; es muy muy pequeño, con una población estable. Yo vivo a tres kilómetros y medio, en una colonia alemana. Solo quedamos dos familias porque la falta de rentabilidad de los campos agropecuarios ha provocado que la gente migre a las ciudades; a veces, familias grandes se han ido. Antes, era más grande, pero hoy quedamos ciento cuarenta habitantes, población que se ha mantenido durante los últimos diez años. Recién ahora, hace una semana, empezaron a hacer el primer cordón cuneta. Estamos a setenta kilómetros de atención médica; no hay ferretería, y tampoco tenemos una estación de servicio, como hay en otros lados. Bueno, estamos en este lugar donde nos tocó vivir haciendo un poco de patria, ¿no?

Sí, lo entiendo perfectamente y quería que vos mismo contaras lo que es Teniente Origone, no para desmerecerlo, sino, como vos dijiste, para hacer patria. Hicieron patria también en otros temas, Anselmo, porque, en algún momento de tu carrera como productor, junto con algunos parientes Martz y algunos amigos, surgió el asociativismo, y comenzó lo que existe hasta hoy, que es Tomiel. Me gustaría que le cuentes a Infomiel cómo y por qué surgió esa idea y cómo siguió el recorrido de Tomiel.

En 1995, fui elegido por un grupo de apicultores de acá, de Origone, para ser su asesor en el ámbito rural. Creo que en ese momento fui el único porque, como te dije, no pude estudiar: no tengo carpeta académica ni siquiera estudios secundarios, solamente primarios. Fui el único asesor no profesional que asistía a apicultores en la Argentina. En seguida, comenzaron las inquietudes: “¿Cuánto vamos a dejar en tu galpón de extracción?, ¿qué pasa si hacemos una sola extracción? Vamos a tener más oportunidades. Yo creo que se trabaja con un solo estándar de trabajo —la calidad—; por lo tanto, los exportadores nos van a elegir primero. Nos van a llamar”, decíamos. Así comenzamos a trabajar el proyecto. En ese momento, el combustible estaba muy barato: me acuerdo que estaba a veintiocho centavos de dólar en la época de Menem (lo nombro porque casi me costó el campo por la garantía). Con ese precio de combustible, armamos el proyecto: íbamos muy bien, las cosechas eran muy buenas, la miel valía un dólar con veinte centavos. Y resulta que después, en poco tiempo, cuando pusimos en marcha Tomiel, el combustible se fue de veintiocho a cuarenta y ocho centavos de dólar, la miel bajó hasta tocar los sesenta/setenta centavos, y las cosechas empezaron a caer. Así que bueno, tuvimos contratiempos; como éramos varios y nunca nos peleamos, nos juntábamos para solucionar problemas y lo supimos sacar adelante. Y una de las cualidades del asociativismo —siempre lo recomiendo en mis charlas— es poner un profesional al frente cuando hay una duda. Nosotros teníamos una duda contable y llamábamos al contador, y él lo resolvía en diez o cinco minutos. Si teníamos una duda jurídica, íbamos al abogado o al escribano, y lo resolvía en veinte segundos porque para eso estudió. Nosotros tuvimos la prueba de estar ocho horas reunidos para terminar discutiendo, por lo tanto, esa no es la manera. Hay que acortar caminos, hay que recurrir a los profesionales porque para eso estudiaron, y de esa forma continuamos siempre bien. Hasta hoy, hemos permanecido los cinco socios. Ya es momento de tener una reunión especial este año, y la vamos a tener porque ya algunos se retiraron; algunos, prácticamente, no tienen colmenas porque se las derivaron a los hijos. O sea, va a haber que acomodar la capa interna. La familia está vigente; estamos bien con un buen encargado de esa extracción, que es Martín Martz —un primo mío, un hombre muy capacitado— y nunca tuvimos un tambor rechazado, jamás en todos estos años en que han pasado muchos tambores, ¿no?

Corregime si me equivoco, Anselmo, porque trabajo de memoria. Vos lo sabés, así como gran parte de los que visitan Infomiel saben que no trabajo con computadora, ¿En algún momento Tomiel fue ejemplo para la parte de producción orgánica?

Primero importamos el equipo de extracción; hubo una oportunidad, y lo trajimos. En cierta manera, se presentó —fuimos como invitados—, y llevamos el equipo a las exposiciones argentinas. Creo que eso tuvo que ver, ya que revolucionó el mercado, que se fue adaptando mucho. En 1997/98, hicimos un convenio con el INTA y empezamos a trabajar, a desarrollar protocolo: se llamaba protocolo INTA número 11, e hicimos miel certificada. O sea, nos capacitamos, empezamos a interiorizarnos sobre la miel en su momento y dejamos de cosechar en el galpón, donde, a veces, uno guardaba el vehículo que, puesto en marcha, largaba humo, o entraba el perro o el gato. Entendimos que esto es un alimento, que hay que trabajar en serio. En realidad, nos adelantamos al futuro; al haber elaborado miel con trazabilidad, logramos certificarla por el INTA y el IRAM. Fue la primera experiencia de IRAM en miel, pero, como quedamos un paso adelante del futuro, no había un sobreprecio por eso. Vimos que estábamos a un paso de trabajar en orgánico e hicimos mil quinientas colmenas orgánicas de las tres mil que trabajaba el grupo. Y así marchamos unos años hasta que, de repente, llegaron la agriculturización y los cambios de política. Los campos se empezaron a alquilar como orgánicos, y perdíamos estatus, por así decirlo; entonces, volvimos a lo convencional. Pero sí fuimos orgánicos. Como experiencia sirvió. Todo sirve, ¿no?

En aquel momento, ¿te sirvió el manejo de las colmenas con el protocolo del INTA?

La vinculación siempre sirve. Yo siempre estuve comunicado con otros apicultores. He gastado mucho en teléfono en mi vida conversando con amigos, con colegas que, según mi opinión, eran de punta, y me hablaban, me llamaban, y estábamos siempre intercambiando ideas, siempre asistiendo a capacitaciones. Venimos de un INTA donde no podemos dejar de recordar a Katzenelson; al peruano Espinoza, que era del Ministerio; a Graciela Albo; a Susana
Bruno. Tampoco podemos olvidar el aporte de libros de Roberto García Girou, que también nos ayudó mucho. El otro día se lo dije; nos ayudó porque, cuando empecé a usar cámara, fui criticado brutalmente, y hoy todo el mundo usa cámara. Me había adelantado; tuve el don de la observación, la curiosidad. El apicultor tiene que ser un eterno curioso, un eterno investigador, y eso ayuda mucho. Por supuesto que trabajar con protocolo y haber estudiado las buenas prácticas ayuda a tener cuidado. Trabajar de esta manera
no significa perder el tiempo; cuando se hacen las cosas bien, se genera confianza, y eso, a la larga, tiene un premio. Yo, como productor, no me preocupo porque la miel valga un peso más o un peso menos. No quiero perder tiempo llamando para saber si me pagan cincuenta centavos más o menos. Yo me tengo que preocupar por sacar más kilos y seguir trabajando. Mientras pierdo tiempo en algo, la abeja me está necesitando.

Sí, claro que se entiende. ¿Te imaginabas que ese Anselmo Martz que no fue a la secundaria por problemas familiares, porque había que trabajar en el campo, porque la secundaria estaba en Bahía Blanca, y, en aquel momento, la distancia que separa Origone era mayor que la de hoy, aunque los kilómetros sean los mismos; te imaginabas que ibas a terminar dando más de cuatrocientas charlas, como hablábamos hace instantes en privado, en la Argentina, en México, en el Brasil, en Chile, en el Uruguay, y no sé en cuántos
países más?

No, para nada. Yo empecé en 1994, y eso comenzó a suceder en 2004, en México, aunque acá ya había dado algunas charlas. Comenzó en México porque un amigo, que hoy en día es un amigo personal, había visto una nota que me habían hecho en una revista. Me estuvo siguiendo porque yo había cambiado los teléfonos, y acá no había correo electrónico, hasta que me encontró. Me buscó desde 1995 hasta 2004, cuando me encontró, y ahí comenzó todo. En México, yo no tenía computadora. Me fui con un CD con cinco fotografías y el resto, todo a capela y a fuerza de enseñar y de pararme delante de la gente. Yo estaba muy asustado; era mi primera vez en el exterior, pero provoqué un gran impacto. El resto ha sido a fuerza de enseñar. También aprendí computación; la abeja me enseñó computación también.

Anselmo, siempre decís, hablando en una conferencia, en un pasillo o en privado, que hay que llevar registro, hay que anotar todo.

Sí. Es fundamental saber lo que uno tiene en el campo y saber a qué uno va a ir al campo. Cuando yo tengo un registro, anoto lo que hago, los kilómetros, las horas de trabajo. Con esto, puedo trabajar en la gestión; si sumo todo esto y agrego el azúcar, tengo, al final, el cierre del ejercicio, que dura un año, y que, en todo caso, cierra el 30 de abril y comienza el 1 de mayo. En ese momento, por un lado, le enseño los kilómetros, las horas, el azúcar, las reinas y todo lo que se gasta en la gestión para determinar los costos y, por otro lado, vamos a tener registrado lo que es la trazabilidad sin cer-
tificar. En definitiva, yo puedo agarrar la colmena hoy y saber de dónde salió esa colmena hace veinte años. Esto es así porque tengo los registros anteriores. En el campo, tomo nota de lo que hago y también tomo nota de lo que tengo que hacer el próximo día, por lo tanto, durante el próximo viaje miro y ya sé lo que tengo que hacer. Me tomo el tiempo, llevo las cosas y las tareas se van a realizar; eso se llama aprovechar el tiempo y ser más eficientes, sobre todo en los números, ya que no voy a tener que volver porque me olvidé de algo.

Sin dudas, dejé para el final algo que ha sido, es y creo yo —te pido que me corrijas si estoy equivocado— un tema central en el manejo de una colmena: la varroa. Desde hace tiempo o desde siempre, Anselmo Martz tiene un manejo especial para la varroa. ¿Podemos compartirlo?

Ha sido mi gran enemiga desde siempre. Creo que el que conoce y se da cuenta del daño que produce la varroa, la va a eliminar. Hay que enojarse con ese daño como con el cigarrillo; yo me enojé tanto con la varroa que no la puedo ver y, por lo tanto, hago todo lo que puedo para controlarla más allá de lo que uno puede controlar. Seguramente, esto se va a ver en más de un
país. Cada país tiene sus tratamientos habilitados o sus productos habilitados y certificados como corresponde. Asimismo, cada país tiene una raza diferente de abejas, con otro clima, otra geografía. En este caso, nosotros, y digo nosotros porque Javier está totalmente incorporado, le ponemos fecha al tratamiento y lo hacemos periódicamente. El daño que provoca la varroaes tremendo. Lo estudié mucho; no estudié si los intestinos de la varroa son gruesos o delgados, pero sí el daño que provoca la permanencia de varroa en
las colmenas. Se pierden muchos kilos de miel y, curiosamente, los registros me demuestran que el tratamiento anual no ronda más del tres, el cinco o el siete por ciento de los gastos generales, o sea que el costo es ínfimo. Gastar dinero en esto es una inversión.

Perfecto. Queda muy claro que es una inversión muy menor en lo que respecta a los costos generales de producción.

No podés dejar de utilizar esto. Es como la persona hipertensa: cueste lo que cueste el remedio, la persona lo tiene que seguir tomando. Con la varroa, es lo mismo: si no se la elimina, se pierde la colmena.

Anselmo, lo dejé para lo último, y lo nombraste recién. Javier Martz, tu hijo, ¿qué significa en el presente de la apicultura de Anselmo Martz?

Javier es menos informático que yo. Cuando él tenía entre tres y cinco años, ya lo llevaba a la colmena. Le ponía las botas, el buzo y soplaba con el ahumador en el patio. Durante la noche, ya acostados, me decía “yo te voy a ayudar con las colmenas” y, de hecho, hoy en día es mi pilar. Cuando me convocan de afuera —ahora me están llamando de otros países de América Central—, él entiende que a mí me ayudó mucha gente cuando empecé, por tanto, por una cuestión ética, tengo que dar respuesta a la gente que necesita porque hay mucha gente que necesita. Está muy claro, Federico, que solo no se aprende nada; siempre necesitás la ayuda o el apoyo de alguien. Si los chicos no fueran a la escuela, serían analfabetos. Hay muchos apicultores que necesitan ayuda, y yo estoy dispuesto a ayudar. Mi familia me apoyó siempre; imaginate que he estado afuera de casa más de veinte días, y no es poca cosa, pero saben que es mi gran pasión, y él es un pilar muy fuerte. Está asociado conmigo y tiene ideas muy claras y frescas sobre lo que hay que hacer. Hay que darles lugar a los hijos; los jóvenes aportan ideas nuevas, entonces, entre la experiencia y las ideas nuevas, se pueden ganar muchos más kilos. Él me apoya mucho; tiene su propio criadero de reinas, provee a mucha gente hasta a quinientos kilómetros a la redonda, y estamos firmes: cualquiera de los dos puede salir a pasear, a descansar o hacer otra cosa que siempre se va a quedar el otro trabajando.

En las colmenas, el otro puede seguir trabajando, pero también hay otra persona que te apoya, y lo digo desde el respeto: tu señora siempre te acompañó mucho y, cuando estás trabajando o viajando, también te acompaña a la distancia.

Sí, sin duda. Imaginate si mi mujer no saliera. Cuando estuve en México, hubo lugares en los que no se puede salir. Estuve en diecinueve estados once veces. Si bien alguna vez ella fue conmigo, es imposible salir de una camioneta y subirse a otra. Me ha tocado hacer auditorías, dar conferencias en los congresos, dar respuesta a todo. Sí, sin el acompañamiento de ella, sería imposible o estaríamos separados. Todavía estamos juntos, después de cuarenta y cinco años de casados.

Anselmo, te quiero agradecer estos minutos para Infomiel. Seguramente, este será el primero de muchos reportajes. Felicitaciones por tus cuarenta y tres años en la apicultura y gracias por compartirlo con Infomiel. Te mando un abrazo muy grande y quiero agregar que el reconocimiento del INTA Ascasubi el pasado sábado 21 de abril fue muy pero muy merecido.

Bueno, muchas gracias y les quiero decir a los que van a leer esto que no se me cruza por la cabeza la idea de abandonar la abeja, así que vamos a seguir firmes en esto. Gracias.